El lugar que hoy ocupa, hace muchos ayeres, era la antigua casa de animales del Tlatoani Mexica Moctezuma II y luego de la conquista, el antiguo Convento de San Francisco. Esta edificación emergería en las alturas como una representación del crecimiento de la ciudad y del país, para albergar la compañía “La Latinoamericana Seguros, S.A.”, por lo que el proyecto y su planeación comenzó en 1947.
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En un inicio solamente se consideró que debía tener 27 pisos, como otros edificios contiguos, pero luego de una revisión exhaustiva del subsuelo se determinó que era posible que esta torre alcanzara los 40 pisos de altura. Lo que rompería paradigmas en la ingeniería moderna y desafiaría el terreno fangoso con consistencia esponjosa que tiene nuestra ciudad.
Constructores, arquitectos e ingenieros expertos fueron convocados para hacerla realidad. ¿Los nombres destacados? Leonardo Zeevaert (ingeniero civil) y los arquitectos Augusto H. Álvarez (encargado del diseño arquitectónico) y Alfonso González Paullada (encargado de arquitectura).
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La Torre Latinoamericana se inauguró el 30 de abril de 1956 y la compañía se mudó a ésta del cuarto al octavo piso. Mientras que los demás espacios quedaron como oficinas en alquiler. Hasta 1972 fue el edificio más grande de la Ciudad de México y obtuvo el récord como el rascacielos más alto fuera de Estados Unidos. Así que se ganaría el título de el más alto de América Latina.
Sin embargo, los desastres naturales fueron la razón por la que ganó su prestigio a nivel mundial. Primero, la torre resistió el terremoto del 28 de julio de 1957 y nuevamente lo haría tras el terrible “jueves negro”, como llamó Emilio Viale al terremoto del 19 de septiembre de 1985.
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Resortes y gatos hidráulicos era la teoría de la voz popular que no entendía cómo continuaba de pie, mientras edificios a su alrededor se reducían a escombros. Y lo cierto es que su gran secreto fue la cimentación.
“Se hincaron 361 pilotes de concreto de punta a 34 metros de profundidad hasta la capa resistente del subsuelo, y una losa de cimentación a manera de cajón, misma que además sirve para empotrar la Torre a una profundidad de 13.50 metros” según información del sitio oficial de La Torre Latino.
De esta forma soporta las 25,000 toneladas en las que se encuentran 44 pisos y 3 sótanos, los cuales se elevan a 139 metros de altura. Claro, sin olvidar la antena de televisión de 42 metros que tiene hasta la punta, con lo que se totalizan 181.33 metros sobre el nivel de la calle.
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En términos sencillos, el diario “El Universal” lo explicó de una forma genuina, la Torre Latino es “un barco que flota”. Es decir, al presentarse un temblor “el edificio no se mueve como péndulo, sino como una víbora en el sentido opuesto de las ondas sísmicas” y es gracias al sistema hidráulico que tiene, los cajones flotan como si fuera el casco de un barco en el agua y aguantan tal peso.
Cabe destacar que su esqueleto de acero también fue creado para soportar los esfuerzos y los movimientos accidentales, ya sea de un terremoto o del mismo viento. Y tendría que temblar a más de 9 grados Richter para que la edificación sufra un colapse.
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De ahí la afirmación “Si se cae la Torre Latinoamericana, se cae la ciudad”, como lo dijo Victor Hugo Ariceaga, en la entrevista que este diario le hizo en 2013.
La lección es que todos estos detalles se preevieron desde su creación, cosa que la planeación urbana de nuestra ciudad necesita URGENTEMENTE. La Torre Latino es una belleza arquitectónica que tras un tercer terremoto (19 de septiembre de 2017 – 7.1 grados Richter) es un gran ejemplo para todos los mexicanos para seguir de pie.
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