¿Por qué somos adictos al café?

El café llego a occidente en medio de una revolución cultural y humanista, ¿o estos fenómenos acontecieron gracias al café? Antes de la llegada del café a Europa, las bebidas alcohólicas eran la norma común para ingerir a lo largo del día, pues gracias al alcohol, eran más seguras de consumir que el agua que muchas veces causaba enfermedades mortales.

El café, una bebida caliente que incrementaba la productividad y aceleraba la agilidad mental de la gente, llegó para cambiarlo todo. Del estado de ebriedad pasaron a una concentración impensable. Los pensadores más importantes se reunían en casas de café para discutir temas políticos y entre tazas de café y conspiraciones nació la Revolución Francesa.

Nuestra adicción al café es larga y tiene más historia de la que uno creería posible. Gracias a la cafeína tuvimos revoluciones (además de la francesa, no olvidemos que la independencia de las 13 colonias comenzó debido a un impuesto sobre el té, mismo que también contiene cafeína) algunas de las mejores piezas de literatura (Balzac, Kierkegaard, Voltaire, Alexander Pope no podían funcionar sin café) y mucho más.

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“El café acaricia la boca y la garganta y pone todas las fuerzas en movimiento: las ideas se precipitan como batallones en un gran ejército de batalla, el combate empieza, los recuerdos se despliegan como un estandarte. La caballería ligera se lanza a una soberbia galopada, la artillería de la lógica avanza con sus razonamientos y sus encadenamientos impecables. Las frases ingeniosas parten como balas certeras. Los personajes toman forma y se destacan. La pluma se desliza por el papel, el combate, la lucha, llega a una violencia extrema y luego muere bajo un mar de tinta negro como un auténtico campo de batalla que se oscurece en una nube de pólvora”.

Honoré de Balzac

Se podría resumir diciendo que la cafeína es adictiva porque funciona como un antagonista de los receptores de adenosina que se encuentran en las células del cerebro y durante su metabolización en el cuerpo se experimenta un sentido de alerta y enfoque, pero ¿no es mejor una respuesta como la de Balzac?

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La cafeína nos despierta, mantiene alerta, despeja la neblina de nuestra mente y nos deja concentrarnos en lo que necesitamos. Parece un milagro de la tierra que no tiene calorías pero que nos permite encontrar energía invisible para librar nuestro día a día.

Lamentablemente en años recientes se ha descubierto que la cafeína permanece mucho más tiempo en nuestro sistema sanguíneo que incluso sigue haciendo efecto 12 horas después de que ingerimos una taza, por lo que muchas veces, si tomas café, té o refresco durante la tarde, puede que en la noche la cafeína siga trabajando en tu cuerpo y aunque tú creas que duermes, no estás descansando.

Al final la cafeína nos despierta y mantiene alerta, pero todo porque es la misma cafeína la que no nos permite dormir como debemos, ocho horas seguidas atravesando distintas etapas del sueño que necesitamos para que éste sea reparador. La cafeína nos despierta porque la cafeína no nos deja descansar. Se trata de una paradoja que es tan fácil como dejar de golpe, sufrir unos días de síndrome de abstinencia (entre los cuales hay dolores de cabeza, problemas para concentrarse, irritabilidad e incluso desasosiego) y empezar a mantener un sueño reparador para evitar la necesidad de cafeína, ¿pero realmente queremos eso?

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El café es un lubricante social, es lo que nos conecta a las personas en la mañana, es un ritual para iniciar el día, para descansar por un momento de todo lo que pasa y concentrarnos en su sabor, aroma y confiabilidad. El café es adictivo, es problemático y haríamos bien en consumir menos y tal vez eventualmente dejarlo, pero como seres imperfectos que somos, posiblemente lo consideraremos con una taza entre nuestras manos.