Pocas veces la industria de la música se paraliza ante un nuevo lanzamiento. La maquina de poder que son los medios editoriales pueden hablar mucho acerca de un disco o un artista, pero usualmente detrás de eso hay contratos, alianzas y mucho dinero involucrado para hacer crecer la idea de algún “genio musical”.
Pero lograr que todos frenaran su trabajo y escucharan con atención lo que Kanye West tenía que decir, eso no pudo ser maquilado. La fama, importancia, relevancia y calidad de este disco ha crecido de manera orgánica y es que musicalmente hablando, no hay nada parecido.
My Beautiful Dark Twisted Fantasy llegó en un momento de crisis para Kanye West. Después de una tumultuosa polémica que se desencadenó desde años atrás, pero que llegó a su punto máximo cuando interrumpió a Taylor Swift en medio de los MTV Video Music Awards –por lo que incluso Obama llegó a llamarlo “imbécil”– Kanye West se autoexilió en Hawái y se dedicó por completo a este disco.
Una obra conceptual que prueba que el hip-hop es el género del siglo XXI, pero en el que no teme meter atmósferas de pop, rock, jazz y más. Con un ejercito en la producción –entre los que destacan RZA, Andrew Dawson y Bink– y con colaboraciones desde Rihanna hasta Elthon John, el disco fue creado cuidando el más mínimo detalle.
Así como James Joyce dijo sobre su Ulyses “He puesto tantos enigmas y acertijos que la novela mantendrá ocupados a los profesores durante siglos, discutiendo acerca de lo que quise decir. Esa es la única forma de asegurarse la inmortalidad”, Kanye West no dejó al azar versos ni sampleos.
Canciones como “Power” que corre al ritmo de 21st Century Schizoid Man de King Crimson, son una cátedra en composición y producción. La canción habla del poder en Estados Unidos, de la percepción egocéntrica que Kanye West tiene sobre sí mismo y al mismo tiempo es una carta de amor a sus detractores.
El autonombrado genio se desnuda artísticamente pocas canciones después, y mientras escuchas verdaderas joyas como “All of the Lights” o “Monster”, sientes que el peso de la fama es demasiado para West –como comprobaría en los años siguientes, en los que su vida personal daba más de que hablar que su música–, pero al llegar a “Runaway”, una pieza de casi 10 minutos en las que autoexplora el concepto de lo que es Kanye West, te das cuenta que tal vez él tiene razón y aunque sea un imbécil, también es un genio.
“Runaway” es la columna vertebral del disco, también supuso el título del cortometraje que West creó para acompañar el disco, mismo que se elevó aún más el proyecto a una obra de arte contemporánea que mezclaba música, cine, danza y diseño.
“Blame Game” es una honesta revelación acerca del amor en tiempos modernos, pero sin adornarse de romanticismo, incluso jugando con lo vulgar, esta canción –con un increíble sampleo de Aphex Twin que después llegó a ser polémica por el pago de derechos de autor– revela el dolor que persiste incluso después de años de que termina una relación.
Muchos discos tienen altibajos, pero My Beautiful Dark Twisted Fantasy es una de las rarezas que logra hacerlo bien de principio a fin. Tal vez por eso ha sido considerado uno de los mejores discos, no del año, la década o el siglo, sino de la historia de la música. El final incluye una colaboración con Bon Iver –algo extraño en 2010, cuando la música alternativa y el hip-hop vivían en mundos completamente distintos– y cierra con un discurso de Gil Scott-Heron en el que West se apropia de las ideas acerca del verdadero sueño americano.
Es poco probable que West vuelva a sacar un disco como este. A pesar de los problemas que el artista ha mantenido a casi una década del lanzamiento del álbum, no hay experiencia personal que pueda producir algo como esto. Después de todo se trata de un disco que está a la altura del Ok Computer de Radiohead, el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles e incluso el A Love Supreme de John Coltrane.
A pesar de eso, el rapero puede tener claro su obra maestra de 2010 siempre será revolucionaria y trascendental.
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