Han pasado algunos años ya, el dolor en el pecho y las punzadas en el corazón se ha calmado poco a poco. Por fin puedo entender cuando me decían “solo el tiempo lo cura”, pero ten por seguro que tu lugar sigue intacto, especial y se guarda para siempre con todo el amor que mi cuerpo puede ofrecer. Aquí haces mucha falta y la harás siempre. Esto es para tí, una carta a mi abuelito que ha fallecido.
Eres esa imagen de dulzura y alegría que inundó mi vida desde el nacimiento. Esa mano que siempre recuerdo arrugadita, con venitas saltadas y manchitas que sostenía mi mano desde que salía del colegio. Te encantaba caminar de mi mano y me encantaba caminar tomada de la tuya, presumirnos ante todos como un ser tan especial en la vida del otro.
Hoy las lágrimas siguen saliendo pero para ser sincera han disminuido considerablemente. Ya puedo hablar de tí con una sonrisa y compartir todo lo que vivimos en los maravillosos años que nos tocó compartir. Lamento mucho que algunas personas no hayan conocido a sus abuelitos porque es el amor más puro y dulce que se puede sentir.
Yo tuve al mejor abuelo del mundo, así como los abuelitos de todos. Con una historia admirable de superación y fuerza. Padre y esposo responsable, un ser amado por la familia entera, hombre firme, de carácter indomable y una valentía como pocos. Pero con sus nietos, suspiro cada que lo recuerdo pues era completamente otra persona, un ser amoroso, divertido y protector como ninguno.
Hoy estoy aquí, querido abuelo, abriendo mi corazón para poder plasmar con palabras todo lo que siento por ti. Todas las fabulosas experiencias que vivimos juntos y todo lo que le haces falta a mi vida. Jamás los versos serán suficientes para explicarlo.
Te fuiste. Tu cuerpo decidió que había llegado el momento de partir pero sin duda te has quedado en muchos rincones de nuestra vida. En cada canción que cantabas, en cada sombrero, cada aplauso, cada palabra tierna, cada tortilla tostada, salsas con extremo picante y marimba que escucho tocar.
Cuando partiste y te vi en aquella caja con los ojos cerrados pero con un elegante traje y corbata roja en tu despedida de esta tierra, pensé mucho en los momentos que nos faltó compartir; pero ¿sabes? desde entonces han pasado tantas cosas, algunas felices y otras no tanto, muchas importantes y días de descanso que quisiera verte con tu cigarro en mano, pero aunque extraño verte, olerte, tocarte y escucharte, no te he sentido ausente. Algo en mí sabe que estás aquí en cada paso que doy y todos los días desde que abro los ojos.
No sé si de alguna manera sigues acompañándome o el amor desbordado que me diste tuvo de sobra hasta para cuando ya no estuviera tu cuerpo presente. Pero algo puedes tener por seguro: honraré tu memoria hasta el último de mis días, porque me siento muy afortunada de haberte tenido como mi abuelo.
Siempre serás una marca muy especial en mi historia, una figura primordial para mi formación. Lo que fui, lo que soy y lo que seré aún sin tu presencia guiándome por tus enseñanzas y ejemplo. Te amo y jamás dejaré de hacerlo ni un instante. Te extraño, te extrañamos todos en casa pero agradecemos cada minuto compartido lleno de cariño, protección, dulzura y risas sin parar.
Aquí tu lugar sigue intacto, tu nombre e historia en un altar y tu legado dejando huella en todos los que te conocimos y seguramente por muchas generaciones más a quienes les cuente que yo tuve al mejor abuelo del mundo.
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