La última canción que se escucha después del corte a los créditos en la imprescindible “A Serious Man” de los hermanos Cohen es “Good Times”, una pieza del mítico grupo The Art Of Lovin’, una banda efímera que grabó un disco homónimo envuelto en la psicodelia de la época a finales de los sesenta.
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Su aparición es letal, pues sucede después de que el espectador cae en cuenta de que el fin del mundo ha llegado, de que el poderoso Dios de la religión judía al que se le ha temido toda la película por fin se presenta para juzgar. Es una ironía, pues es todo, menos buenos tiempos.
En la religión cristiana el apocalipsis también es dibujado como un caos: “de su boca sale una espada afilada para herir con ella a las naciones, y las regirá con vara de hierro; y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios Todopoderoso” (Apocalipsis 19:16). El fin del mundo casi siempre se ha representado como un momento en el que el sufrimiento rige el final de los tiempos. En la memoria colectiva popular, el ajuste de cuentas al final del camino es una pesadilla.
Natalie Mering es una artista que ha encontrado en el pop un lienzo ideal para darle vida a sus inquietudes. Desde desnudarse completamente a través de sus letras (“The Innocents”. Mexican Summer, 2014), hasta hallar sentido del humor en el romanticismo (“Front Row Seat To Earth”. Mexican Summer, 2016) y, ahora, entender de forma distinta el Apocalipsis en “Titanic Rising” (Sub Pop, 2019), su más reciente disco de estudio y el mejor de toda su carrera hasta hoy.
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En su cabeza, el fin del mundo es el presente. El disco, compuesto por diez canciones, pisa diferentes terrenos que lo demuestran. Ahí pone sobre la mesa temas como el calentamiento global, la explotación de los recursos naturales, el poder de la tecnología en la sociedad y otras tantas cosas más que pavimentan el camino a los últimos días. Su mirada, sin embargo, es de alguien que no le teme al final.
“Quiero que las personas piensen en lo que está sucediendo, pero también que sientan un sentido de pertenencia, esperanza y propósito”, le dijo a Pitchfork en una entrevista sobre las letras de “Titanic Rising”, y mucho de eso se puede sentir al escuchar las canciones. Lejos de las gráficas representaciones a las que el público pudiera estar acostumbrado, Mering dibuja lindas viñetas que se acompañan de dulces melodías épicas al oído. Un perfecto matrimonio entre forma y fondo.
Por amor al cine
“Titanic Rising” es, también, una colección de canciones inspiradas en el amor de su autora por las películas. Su título hace alusión directamente a la cinta dirigida por James Cameron y hay un par de momentos en donde su voz recita palabras sobre su amor hacia ellas y la amenaza de su artificialidad. El contraste entre el celuloide y la vida real, las ligeras coincidencias entre ambos mundos y su interacción son tópicos palpables en el disco.
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“La historia (del Titanic) y la película es acerca de la falta de dominio del hombre sobre la naturaleza. ¿Qué más han hecho las películas, además de ayudarnos a escapar?”, dijo a The Fader hace unas semanas. El disco parece tener un efecto similar. Está construido con poderosas orquestaciones, hay violines, hay piano, tenues guitarras, sintetizadores ominosos y una voz que completa algo que en todo momento se percibe monumental. Un escape ideal al Apocalipsis del día a día.
“Good Times” cerraba la película de los Cohen con una especie de resignación ante la inminente destrucción que se avecinaba. “Titanic Rising” ofrece un escenario menos cínico. Es un disco bañado en esperanza, un poderoso recordatorio de que hay mucho por hacer y que, desde una perspectiva enteramente pop, el primer paso es aceptar que no estamos solos en el proceso.
No son buenos tiempos, pero el soundtrack del Apocalipsis no podría ser mejor.
Este contenido fue publicado originalmente en Forbes Life México.