El amor puede transmitirse de muchas maneras. Es algo tan complejo que no necesariamente necesita hacerse presente de manera literal, sino que una simple sugerencia basta para que su omnipresencia sea recordada. Puede sentirse, puede leerse, puede verse y puede escucharse. El amor puede entrar por el oído y quedarse ahí para no salir nunca. “soil”, el más reciente disco de serpentwithfeet, es una clara muestra de que, en efecto, el amor siempre encuentra una forma que tomar para recordarnos que existe.
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Ese amor en su música parece estar por todos lados. De primera escucha se siente en la disciplina de su autor para componer. Sus canciones están dotadas de un sentimiento especial, cálido y acogedor. Son piezas sencillas, sin la producción monumental a la que uno pudiera estar acostumbrado y que funcionan para que la segunda muestra de amor se sienta como en casa: una voz como pocas, capaz de erizar la piel con tan solo elevarla un poco.
Josiah Wise -rostro detrás del proyecto- cuenta con una de esas voces privilegiadas, como la de Luther Vandross o la de Moses Sumney más recientemente, hechas para que el mundo las escuche, se enamore y sufra con ellas. Si el disco brilla por algo en especial, es la capacidad de Wise para interpretar el amor en sus diferentes formas. Cuando se trata de la alegría, su voz celebra; cuando la tragedia aparece, su voz abraza con fuerza.
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Pero su voz no podría servir de mucho si lo que recita no está a la altura. Los versos de “soil” también son tan atinados que pueden arrojar una frase que destrozaría cualquier intento de tristeza de alguien como Morrissey en una canción y en otra alcanzar niveles de profundidad tan interesantes como cualquier estrofa de Anthony Hegarty. De inicio a fin, el complemento entre forma y fondo es digno de apreciar.
Además de todo aquello, “soil” es un disco que habita en nuestros tiempos. En una era en la que el #lovewins parece vencer cualquier obstáculo y en la que la lucha por la libertad sexual abraza sus logros, una colección de canciones de amor queer es algo valioso. No por ser una muestra más de diversidad, sino por mostrarse como una poderosa realidad, como un producto de ese amor que siempre existe, que siempre está. Un amor que bien puede estar enlatado en once bellísimas canciones como las de aquí.
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