La música es una amante traicionera. Encontrar una canción que nos hipnotiza desde el primer segundo es difícil, pero suele pasar unas cuantas veces al año, sin embargo, muchas veces nos obsesionamos tanto con esa melodía que terminamos por gastarla y simplemente llega el momento en que ya no nos produce euforia ni emoción, de hecho termina por hartarnos.
¿Qué pasa en nuestro cerebro para que terminemos por cansarnos de algo que trae tanta alegría a nuestra vida? La música siempre es un privilegio, pero incluso con lo que más amamos escuchar, a veces necesitamos un descanso, te decimos por qué.
Los neurólogos creen que al escuchar música que nos tiene obsesionados, nuestro cerebro pasa por dos etapas. En la primera, el núcleo caudado del cerebro anticipa esa parte de la canción que nos vuelve locos, después, el núcleo accumbens se activa cuando la canción “explota” y libera endorfinas en nuestro cerebro. Mientras más conocemos una canción, el cerebro se entusiasma en menor medida.
¿Qué quiere decir? Que si escuchamos una canción y nos enamoramos de ella, mientras sea una novedad será llamativa y nos emocionará como pocas cosas, sin embargo con el paso del tiempo nos acostumbraremos a la emoción, lo nuevo se convertirá en rutina y dejaremos de producir endorfinas como sucedía antes.
Sin embargo, hay buenas noticias. Uno de los factores que ayudan a que te hartes rápidamente de una canción es su complejidad. Mientras más capas tenga una canción, obliga a los oyentes a escuchar con atención y eso muchas veces hace que nunca te hartes de esa pieza, mientras que las obras menos complejas, esas que puedes escuchar sin prestar atención y te puedes aprender en cuestión de minutos suelen ser las que se terminan por hartar.
A veces el snobbismo musical tiene sentido y por eso sinfonías de Beethoven, canciones de rock progresivo e incluso Bohemian Rhapsody, tienen mucha más oportunidad de ser escuchadas durante décadas a comparación de Happy de Pharrell.
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