Por Punto y Calma
Nuestra mente necesita tantos cuidados como nuestro cuerpo y existe una medicina que suele ser subestimada: el silencio. Recientemente, la Organización Mundial de la Salud concluyó que el exceso de ruido genera altos niveles de cortisol (hormona del estrés) y propicia múltiples afectaciones como hipertensión, fallas cardiacas e incluso dificultades cognitivas y en la memoria.
De hecho, un estudio sobre la plasticidad neuronal publicado en la revista Brain, Structure and Function reveló que cuando un grupo de ratones habituados a ruidos constantes fueron expuestos a 2 horas de silencio al día, su hipocampo (zona del cerebro asociada a las emociones, la memoria y el proceso cognitivo) comenzó a regenerar neuronas y crear nuevas conexiones entre ellas.
Además del ruido que proviene del exterior, convertido en un problema de contaminación auditiva cada vez más agudo, el ruido mental -esa vocecilla que emite juicios y valoraciones incesantemente- es un fenómeno psicológico que también nos priva del silencio y la quietud. ¿cuántas veces hemos dejado de prestar atención a quien está frente a nosotros porque nuestro diálogo interno no nos deja escuchar? ¡Somos pensadores compulsivos!
A menudo pensamos que una mente llena, agitada y revolucionada encontrará más y mejores formas de vivir, cuando en realidad es la calma silente la que clarifica las ideas y nos muestra salidas creativas espontáneamente, casi sin querer. La respuesta siempre está en el silencio, sólo tenemos que aprender a escucharlo, a disipar el ruido y experimentar los espacios entre uno y otro pensamiento.
Practicar meditación genera pausas y silencios desde los cuales podemos distinguir caminos claros para resolver los problemas que nos plantea la vida. Dejamos de caer en la trampa de nuestro prejuicios y preconcepciones, porque si aceleramos exageradamente nuestra mente, perdemos perspectiva y el paisaje y sus senderos se tornan borrosos; en cambio, una mente meditada permite frenar con suavidad para dar nitidez a los momentos importantes y disfrutarlos.
Para encontrar el silencio mental sólo hace falta buscarlo; abrir los oídos al caminar por la calle y escuchar todos los sonidos del entorno simultáneamente, poniendo todo nuestro enfoque en esa sinfonía y no etiquetándolos con nuestra mente conceptual, o realmente escuchar con atención a la persona con la que estamos platicando, sin formular en nuestra cabeza diálogos imaginarios para contestarle.
A menudo nos esforzamos demasiado en liberarnos de una circunstancia externa; la rechazamos en automático dándole mil vueltas en la cabeza con verborrea mental y cerrándole la puerta a la experiencia. Tal vez el antídoto es soltar, relajar nuestro interior y entregarnos en silencio a eso que nos ofrece el presente. Sólo una mente callada y limpia puede producir la confianza necesaria para dejar ir el pasado y el futuro.
Meditar es cultivar el silencio; al reconocerlo dentro de nosotros mismos de manera constante, trascendemos sistemas de creencias y patrones mentales automáticos, lo que nos permite tomar decisiones verdaderamente conscientes desde un estado de tranquilidad y seguridad emocional, en definitiva muy distinto al provocado por las avalanchas de pensamientos caóticos que nos preocupan y desconectan de la vida.
La estabilidad proviene de mentes sanas, que centran su atención en los silencios mentales que arrojan soluciones insospechadas, en las pausas que clarifican y nos permiten dar pasos seguros y firmes. Los impulsos mentales inconscientes, en cambio, suelen enredar o agrandar los problemas como una bola de nieve, que aumenta su tamaño a medida que gana velocidad.
¡Detengamos la avalancha! Una dosis diaria de silencio transformará tu mente y tu vida.
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