En siete años pueden pasar muchas cosas. Es casi una década en la que las sorpresas abundan y en la que una persona puede cambiar por completo. Siete años fue el tiempo que Luis Miguel tardó en regresar a la industria con un nuevo disco y, también, el tiempo en el que su carrera alcanzó el punto más bajo que haya conocido hasta ahora. Los años no pasan en vano y voltear a ver a Luis Miguel es una clara prueba de ello.
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Durante la espera no solo pudimos verlo derrotadísimo física y mentalmente, sino incluso con problemas legales y una serie de meltdowns en sus conciertos que parecían venir del rincón más oscuro de alguien como Ariel Pink. Sin embargo poco importa, pues su música se ha archivado inconscientemente en un lugar especial para el colectivo mexicano: está ahí en el mismo pedestal de otros grandes intérpretes como Juan Gabriel o José José. Aunque parezca extraño en México hay pocas grandes voces y. cuando brilla una de ellas, difícilmente se apaga en el futuro.
Puede gustar o no, pero su legado ahí está intacto a pesar de las desventuras más recientes. De ahí que su regreso, después de todos esos años, haya sido un movimiento seguro que reafirma lo dicho en cada una de sus partes. Desde el nacionalismo superlativo hasta la decisión de resaltar una de sus grandes virtudes: la reinterpretación. “¡México por siempre!” es un disco de covers, con mariachi y con signos de admiración en el título que es exactamente todo lo que uno pudiera imaginar.
Se escucha como una exageración, pero es más un movimiento seguro. Para el público eterno de Luis Miguel no hay mejor regalo que tenerlo recordándoles a José Alfredo Jiménez en poco más de media hora y, para ellos también, no hay mejor momento para hacerlo que en una época en la que pareciera que el nacionalismo es el escape más inmediato para los problemas latentes. Es un disco gestado en el estudio de mercado más antiguo de todos: los ídolos de las masas.
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Es la continuación de “México en la piel”, la reafirmación del ídolo nacional que –todavía- queda, la mexicanidad un año después de que el gran mexicano muriera y el punto de partida para el (otro) ascenso de Luis Miguel como el fenómeno que siempre fue y que siempre será. El ciclo se repite una vez más.
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