Somos expertos en criticar nuestros cuerpos y apariencia física, nos traumamos por la piel que tuvimos en la pubertad, lloramos en las básculas. Por alguna razón, parecemos estar obsesionados con nuestros cuerpos. Cómo se ve, como lo ven otros, cómo se ven otros cuerpos, con qué lo vestimos, etc. Es muy común que cuando nos pregunten sobre nosotros, comencemos a describirnos por cómo nos vemos: alto, bajo, flaco, color del cabello, ojos, complexión, y todo eso. ¿Eso es realmente con lo que nos deberíamos identificar?
No sé en qué momento se nos dijo o dio a entender que nuestra identidad eran estas bolsas de órganos que, a pesar de ser un precioso regalo, no son nuestra identidad. Nuestro peso corporal no determina nuestro valor, ni nuestro nivel de salud, tampoco no es una indicación de quiénes somos como ser humano. Y aunque esto suena a algo que ya sabemos, por alguna razón no vivimos así. Por eso quiero tocar este importante punto: no somos nuestros cuerpos.
El problema real no se trata de nuestros propios cuerpos, sino de cuánto nos identificamos con ellos. Ahora, es muy importante que nos mantengamos saludables y no hay nada de malo en querer lucir bien, pero es importante que nuestro valor no esté en nuestros cuerpos. Creemos que si nos vemos bien y nos sentimos bien, estamos bien. Y creemos que si nos sentimos mal, nos enfermamos, nos sentimos cansados o no nos gusta nuestra apariencia, entonces de alguna manera estamos mal.
Esto se debe a que no hacemos mucha distinción entre nuestro estado físico y nuestros otros estados (mental, emocional y espiritual). Hay una historia sobre un monje budista que solo dormía dos o tres horas por noche, y cuando la gente le preguntaba: “¿No te cansas?” él respondió: “Mi cuerpo se cansa a veces, pero yo estoy vivo y vibrante”. Es decir, quiénes somos y cómo experimentamos la vida no se define a partir de nuestra piel, se define desde adentro. Las verdaderas experiencias están adentro, el cuerpo es sólo la herramienta que tenemos para poder hacerlo.
Pero ojo, hacer la distinción entre cuerpo y alma no es hacer una desconexión. Nuestros cuerpos son sistemas nerviosos con los cuales el universo viene a expresarse y experimentarse a sí mismo, por eso funcionan de manera tan perfecta y por eso debemos honrarlos. Gracias a nuestros cuerpos podemos probar comida deliciosa, ver paisajes impresionantes, sentir amor a través de una caricia e incluso identificar angustias emocionales a través del dolor. Pero no tienen por qué definirnos, ni provocarnos angustias innecesarias.
Tenemos que cambiar la idea sobre nuestros cuerpos y habitarlos. Hay que hacer la práctica de cómo se siente estar completamente presente en esta envoltura física, en lugar de flotar a través de la vida disociada de ella. Entre más nos identificamos con el alma y menos con el cuerpo, nos sentiremos más centrados y cuerdos, menos propensos a accidentes y más intuitivamente sintonizado con los alimentos y actividades que nutren la vida.
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