La carrera de Hinds no es una que presuma de llevar mucho tiempo activa. Sin embargo, su música es suficiente para imaginar que es todo lo contrario. Conformada por un grupo de mujeres que no titubean en demostrar su libertad, esta banda española se ha convertido en una de las curiosidades más apreciadas en el rock de los últimos años.
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Con apenas dos discos han sabido meterse de lleno a una escena que pareciera carente de toque femenino, como lo es el garage rock, y lo han bañado de una vitalidad peculiar. Su efectividad reside en el preciso encuentro de forma y fondo. Sus canciones son ligeras, llenas de energía y su acercamiento al amor —el tema que envuelve la mayoría de sus letras— es tan agridulce que no conmueve, sino que divierte a quien lo escucha.
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En “I Don’t Run”, su más reciente disco, han perfeccionado todo aquello que hizo que su primero fuera tan valioso. Como lo hiciera Sleater-Kinney antes que ellas y mucho más enérgicas que experimentos similares contemporáneos como Warpaint o Haim, aquí hay divertidas baladas como en “Soberland”, dulces cantos como en “Echoing My Name” y adictivas notas como en “Rookie”. Todo aderezado con un alma sin restricciones que no teme a arrojar versos sin precauciones. De inicio a fin, el disco es una demostración del espíritu libre de los géneros a los que representa.
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En una era en donde las relaciones interpersonales y la autoevaluación son cada vez más complejas, tener activo a un grupo como Hinds es digno de apreciar. No importa que no sean la próxima gran agrupación a la que el mundo adore, porque por ahora son la representación perfecta de la modernidad social. Y, como en ella, no hay momento en el que no haya una demostración de alegría y diversión.