El queso es uno de los placeres gastronómicos más extraordinarios de la vida. Este ingrediente puede servir para cocinar una gran cantidad de platillos o simplemente como un rico aperitivo. La cuestión más interesante aquí es que el antojo y las ganas que muchas veces sentimos por consumirlo, no se deben únicamente a su delicioso sabor. Existen razones fisiológicas altamente relacionadas con el motivo de nuestro gran amor por los lácteos.
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Algo curioso es que el queso convierte a sus consumidores literalmente adictos a él, ya que contiene pequeñas cantidades de sustancias que potencían la necesidad de probarlo. Dichos químicos provienen de una proteína llamada caseína, que por lo regular está presente dentro de la leche y se concentra aún más durante el proceso de elaboración del queso.
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Cuando lo consumimos, el cuerpo crea sustancias llamadas casomorfinas, las cuales tienen un efecto similar al de la morfina. El motivo por el que sucede todo este proceso es simple y sencillamente la supervivencia, pues sus efectos ayudan a los becerros a tranquilizarse y a desear tomar más leche, promoviendo así una nutrición adecuada para el animal.
La próxima vez que desees ordenar una pizza con extra queso ya sabrás la razón de tu antojo.
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