Antes de que The xx se convirtiera en la gran banda de estadios que es hoy y antes de que su cerebro, Jamie xx, fuera reconocido como una especie de mesías para la electrónica londinense de la década pasada, todo era especulación. El grupo se movía entre los diferentes blogs y medios de comunicación de la época como un misterio y su disco debut, el todavía fascinante “xx”, no arrojaba muchas pistas sobre quiénes eran o de dónde venían o hacia dónde iban.
Ese misticismo fue parte esencial para un éxito inminente. A diez años de distancia escucharlo no produce el mismo entusiasmo porque aquel factor de anonimato dejó de existir. Sin embargo las canciones que ahí se encuentran han sobrevivido al paso del tiempo y a la revelación del truco. Puede haber miles de conciertos de estadio del grupo, pero “xx” siempre será una base importante de su setlist.
Y es que, lejos de la contemplación inútil de “Coexist” o de la ambición de “I see You”, es en su primer disco en donde todo su espíritu está presente. En donde sus mejores jugadas se exhiben con brío. Desde la dulzura de “VCR”, hasta la sensualidad de “Islands” y desde la suavidad de “Crystalised” hasta la belleza de “Basic Space”, todos sus mejores trucos están aquí. El tiempo corre, pero son estas canciones las que se han hecho más fuertes con él.
Las canciones están armadas como si de una pieza frágil se tratara, casi como a punto de quebrarse. “Heart Skips A Beat” es en espíritu una pieza para la pista de baile pero su actuar es más bien tímido y “Stars” parece querer siempre explotar pero estar atada a una cadencia de la que no puede escapar. Es una serie de contradicciones entre deseo y naturaleza lo que dota al disco de una sensualidad especial, todavía vigente hasta el día de hoy.
Después de diez años, regresar a “xx” es una experiencia especial. Más allá de la historia que todos conocen y del triunfo del grupo ante el mundo, permanece como un destello de luz particular. Es un disco que logró hacer visible la música como un ente solitario, como un animal propio que no tiene dueño. Es un cálido recordatorio de que la sorpresa siempre está ahí esperando a ser descubierta. En ese 2009 hubo muchas y, a la distancia, ésta es una de las que mejor resultaron al final.
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