La cuarentena me está empezando a pasar factura. Honestamente, creo que ya nos debería de haber pasado a todos, aunque odiemos admitirlo. Por mi parte, había llevado muy bien las semanas, con altos y bajos, pero ninguna crisis importante. Me había mantenido con mi práctica de meditación, hacía ejercicio casi todos los días, comiendo saludable la mayor parte del tiempo y aunque había noches de insomnio, no me había sentido abrumada.
Admito que nunca fui del club productivo. No me inscribí a ningún curso ni plan de entrenamiento, no he creado mi masa madre (ni planeo hacerlo), ni compré 18 libros para leer. Sólo traté de crear y mantener mi rutina y de aprender a pasar más tiempo en silencio. Y esto último fue clave: estar en silencio. Es increíble el poder del silencio, ya lo hemos platicado aquí y aquí. Sobretodo en momentos como en los que vivimos ahorita, bombardeados de información.
Cada semana que pasaba veía mi reporte de tiempo en pantalla incrementar. Era obvio, pasaba mucho más tiempo en el celular, las juntas se volvieron videollamadas, las reuniones con amigos ahora eran por ahí, mi tiempo en Whatsapp e Instagram se fue a los cielos. La información se volvió demasiado, no sabía ni dónde poner mi atención, tenía una lista de más de 15 artículos pendientes por leer. ¿A dónde se fue mi silencio?
La última semana no fue fácil, emocionalmente no me sentía yo misma, estaba triste y honestamente, no tenía ganas de echarle ganas. Decidí apagar mi celular un viernes en la noche, para prenderlo hasta el lunes en la mañana, ya lo había hecho antes y me pareció cosa fácil. Pero no en cuarentena, y esto es lo que aprendí.
Los minutos al teléfono son muy valiosos
Llamé a dos personas por teléfono en 48 horas. Una fue mi mamá y otra fue mi roomie que está con sus papás. Es raro, las conversaciones tuvieron mucho más contenido, nuestra atención estaba completamente ahí. Duraron más, y fueron revitalizantes. Ya entendí por qué las abuelitas se sientan junto al teléfono para contactar a todos, se nos olvida que pasa el tiempo.
Disfruté las mañanas más que nunca
Lo normal para mi es despertar y agarrar el teléfono en el buró para revisar qué hay de nuevo. Si nada me interesa, entro a buscarlo yo. No me había dado cuenta de cuánto tiempo pierdo en eso y peor, cuánto me afecta. En las mañanas estoy súper sensible a cualquier información y sé, que bueno o malo, no es realmente como me siento o pienso al respecto de algo. La verdad, mis mañanas se sintieron más tranquilas.
Puse mucha más atención en lo que hacía
No soy de traer el celular pegado a mi, pero sí soy bastante distraída. Mi cabeza malabarea como 25 pensamientos y conversaciones al mismo tiempo. Me di cuenta que esto se disminuyó, supongo que por no recibir estímulos externos ni tener mensajes que contestar. Terminé dos libros en este tiempo, me tomé los cafés más ricos de mi cuarentena, pasé más tiempo en el sol de la terraza, limpié la tierra de mis plantas y sí, viví cada momento haciendo eso y nada más. Me encantó.
La pizza llega más rápido si la pides directo a domicilio
Desde la existencia de las aplicaciones para pedir comida a domicilio, levantar el teléfono para hacer un pedido me parece demasiado incómodo. Esta vez, no tuve de otra, quería pizza y llamé directo al lugar. Me contestaron a la primera, tomaron mi orden (me dio gusto poder darle las gracias a una persona real) y real, no esperé más de 30 minutos a que llegara. No sé si fue coincidencia, pero de ahora en adelante así haré los pedidos posibles, además de que puedo ahorrar en un fee de servicio que también le conviene a los negocios.
No es buena idea en tiempos de pandemia
Lo que quería era un detox. En cierta forma lo obtuve, pude tener la mente más clara en ciertas cosas. Pero la verdad, en tiempos de cuarentena no fue tan placentero como creí. Yo estoy haciendo la cuarentena sola, y en general soy muy buena con mi tiempo en soledad, pero esto me aisló más (no sabía que era posible). Tuve ansiedad, olvidé felicitar a un buen amigo en su cumpleaños, y realmente sentía que estaba siendo castigada.
Necesitaba despejarme, y lo logré. Pero también eché un vistazo a una soledad que no conocía y no está tan fácil de vivir. En tiempos de pandemia, la herramienta más hermosa que tenemos son nuestros seres queridos y mi acceso a ellos ahora es el celular. Sí fue, en cierta forma, como castigarme a mí misma. No creo volver a hacerlo en lo que sea que reste de la cuarentena, pero sí obtuve lecciones que puedo aplicar a mi vida ahora y eso siempre es ganancia.
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