La década pasada fue marcada por la llegada de un nuevo tipo de celebridad, el influencer. Lo que al principio parecía algo exclusivo de socialites, modelos y personas de la farándula, pronto comenzó a ser más y más recurrente entre los “simples mortales”.
Tal vez no todos los influencers tenían el poder de “influencia” de Kim Kardashian, pero la economía digital creció de tal manera que pronto muchas marcas comenzaron a pagar a gente con suficientes seguidores para marcar tendencia y promocionar sus productos.
Durante años millones de personas entraron al juego de ser su propio jefe, promover productos y mostrar su estilo de vida (lugar del que surgía su nicho, podía ser especializado en deporte, comida, wellness y hoy es prácticamente factible que haya por lo menos un microinfluencer para cualquier estilo de vida) para generar un ingreso que al principio era extra, pero poco a poco se convirtió en una carrera a largo plazo.
En 2019, un informe de Morning Consult encontró que el 54 por ciento de los estadounidenses Gen Z y millennial estaban interesados en convertirse en influencers. (Ochenta y seis por ciento dijo que estaría dispuesto a publicar contenido patrocinado por dinero).
Aunque los primeros influencers en línea se remontan al primer Boom de Internet (blogs de 2002 con miles de visitas), fue durante la década pasada que se convirtió en una profesión realista, sin embargo, se trata de un estilo de vida muy difícil de llevar, y al hacerlo por tanto tiempo, parece que el glamour de ser invitado a eventos exclusivos, tener relación con marcas y vivir de tu estilo de vida, se difumina para mostrar una realidad más oscura.
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Esa es la historia de Lee Tilghman, quien durante años operó la cuenta Lee From America para llevar contenido wellness a casi medio millón de personas. Tilghman navegó la edad de oro para ser influnecer y aún así desistió de ese estilo de vida cuando se dio cuenta que más allá de haber encontrado libertad, se sentía completamente atada.
Ahora Tilghman trabaja en marketing para importantes empresas de tecnología y ha comenzado un newsletter donde habla de su vida fuera de ser influencer y hasta ha dado talleres para otros influencers que buscan convertir su identidad en parte de su pasado.
La historia de Lee es relativamente nueva, sin embargo, se trata de una nueva ola que apenas comenzará a crecer. Miles de influencers han descubierto que mantener un estilo de vida óptimo, con horarios y rutinas es difícil y ni hablar de ahorrar para el futuro. Unos están pasando los 30’s y poco a poco han comenzado a odiar lo que en algún momento amaron, buscando una vida fuera de los reflectores donde puedan vivir de manera normal.
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La saturación de contenido a través de redes sociales nos ha vuelto adictos a la pantalla y los influencers son quienes tienen la obligación de nutrir de contenido esas redes. Facebook, Twitter, Instagram, TikTok… reels, shorts, stories, videos de larga y corta duración; no solo hay que adaptar el contenido, hay que masticarlo y entregarlo de la manera más fácil de consumir para después buscar la manera de monetizarlo. Hay que buscar nuevas maneras de vencer al algoritmo, cambiar la estrategia de la noche a la mañana y adaptarse a las tendencias aunque nada tengan que ver con tu plan inicial.
Para algunos, el sueño se convirtió en pesadilla. Lee ha logrado “salir” del juego porque a pesar de que ya no tiene contenido pagado con las marcas y tiene un trabajo estable, su cuenta de Instagram permanece activa y si bien llegó a perder más de 150 mil seguidores, aún tiene 240 mil que la apoyan.