Si algún día decides viajar lejos, pero lejos de verdad—más allá de las ciudades, del ruido, del WiFi estable—, un viaje a las Islas Feroe podría ser tu comienzo. Al norte de Dinamarca y al sur de Islandia, este archipiélago remoto vive rodeado de mar y silencio. Aislado, casi olvidado, con apenas el viento y las nubes como compañía.

El viaje a las Islas Feroe es una aventura imperdible
Las Feroe son como un secreto bien guardado. Durante buena parte del año, el sol apenas aparece; el cielo se cubre de niebla espesa y la lluvia se convierte en rutina. Con una población total de solo 50,000 personas y temperaturas que rara vez superan los 16 °C, el verano es el mejor momento para visitarlas… si es que se les puede visitar. Porque más bien se sienten como algo que se descubre.
Aunque forman parte del Reino de Dinamarca, tienen gobierno propio y una identidad muy suya; mitad vikinga y mitad celta. Hay una historia antigua que late bajo la tierra húmeda, entre los acantilados y los prados. Algunos dicen que hay duendes escondidos entre el pasto salvaje. No hay forma de comprobarlo, pero tampoco de negarlo.

Cómo llegar y moverse por las islas
Desde Islandia puedes tomar un ferry, que es la opción más lenta, poética y encantadora. El trayecto dura 24 horas, así que lo ideal es reservar un camarote: los más básicos cuestan alrededor de 100 dólares, mientras que los de lujo alcanzan los 400. Si prefieres volar, hay vuelos directos desde Dinamarca, aunque el mar tiene su propia narrativa, más parecida al tipo de viaje que las Feroe piden.
Una vez ahí, lo más práctico es rentar un coche. El sistema de túneles submarinos que conecta las islas es una maravilla: hay rotondas dentro de los túneles, luces tenues que parecen de otro mundo, y caminos que se sienten como parte del paisaje. Además, el precio del coche ya incluye los peajes, así que no tienes que preocuparte por eso.

Dónde alojarse y qué esperar del clima en tu viaje a las Islas Feroe
La capital, Tórshavn, es una buena base. Lleva el nombre del dios Thor y concentra la mayor parte de la oferta hotelera, gastronómica y de transporte. Las casas son pequeñas y coloridas, como salpicadas a pincel sobre un lienzo verde. No encontrarás McDonald’s, pero sí cafés acogedores y pan recién horneado.
Llueve más de 250 días al año y el clima puede cambiar sin previo aviso. A veces, las nubes bajan hasta rozar el suelo. Si lo impredecible te emociona, estás en el lugar correcto.
Qué ver: pueblos, naturaleza y fauna
Más allá de la capital, solo hay montañas, valles y, de vez en cuando, una casita solitaria que parece sacada de un cuento. Uno de los lugares más bonitos es Gjógv, un pueblo de pescadores con techos tradicionales, casas en tonos pastel y un paisaje que corta el aliento. Es fácil enamorarse de sus acantilados, sus flores silvestres y ese viento que parece hablar en voz baja.
Haz al menos una excursión a alguna de las islas pequeñas. Ahí verás aves que no existen en ningún otro lugar, acantilados que desafían la gravedad y mares que no caben en una sola foto. Es como entrar a un libro de Julio Verne, solo que aquí, la historia se vive.

Cultura feroesa y cocina local
La pesca representa el 50 % del PIB y eso se nota: en la comida, en las conversaciones, en la forma de mirar el mar. Muchas mujeres se mudan a Dinamarca en busca de otras oportunidades, mientras sus hermanos o esposos siguen en el puerto.
Comer aquí es delicioso pero caro. Una comida sencilla en restaurante cuesta mínimo 50 dólares. Algunos viajeros traen provisiones desde Islandia o Dinamarca, pero probar la cocina local vale la pena: pescado ahumado, cordero curado, pan de centeno. Todo sabe a tierra fría y mar profundo.
No olvides hablar con los locales. Los mitos sobre gigantes de piedra, brujas atrapadas en acantilados y espíritus en las rocas todavía se cuentan al oído. Aquí las leyendas no son para turistas, son parte del aire.

Las Islas Feroe no son un destino cualquiera. No están hechas para quienes buscan comodidad, sol eterno o itinerarios fijos. Son para quienes disfrutan de lo salvaje, lo impredecible y lo profundamente bello. Aquí no se viaja, se entra en una especie de hechizo.
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