El ciclo (maldito) de vida del café de la mañana es el mismo: Lo haces, lo sirves y te sientas. Comienzas a trabajar mientras dejas pasar unos minutos para no quemarte la boca y dejar de poder comer por el resto de la semana por una legua quemada, cuando al fin lo pruebas, ya está frío y no se puede disfrutar así. La primer idea es fácil: recalentarlo.
El problema es que, recalentar el café hace que se amargue. No importa si lo calientas en el microondas o en la estufa, el sabor cambia y no es igual de agradable. Porque, sin importar cómo lo hagas, recalentar el café saca compuestos que lo hacen tener un sabor mucho más amargo que no es la amargura que buscábamos en esa taza de café.
Al leer un poco sobre el café, aprenderás que incluso antes de que se tuesten los granos de café, su ADN está compuesto de ácidos y compuestos que solo esperan volverse amargos cuando se calienten. Son los ácidos clorogénicos que el proceso de tostado descompone en ácido quínico (cuyo sabor puede asociar con quinina en agua tónica) y ácido cafeico. Mientras que el ácido clorogénico tiene un sabor amargo, el ácido químico y el ácido cafeico tienen un sabor amargo y astringente aún más pronunciado.
Todo el café tiene un poco de amargura. Pero en el café recién hecho, también hay otros sabores como dulzura y acidez que equilibran el amargor y crean un café delicioso. Cuando recalientas el café, sin importar el método, fomenta una mayor producción de ese ácido quínico y cafeico, por lo tanto, tu café se vuelve más amargo y astringente.
Entonces, la realidad es la siguiente: no hay forma de recalentar el café sin que se amargue. Pero sí hay una solución para que no se enfríe y te dará incluso un poco de vergüenza no haberlo pensado antes. Pero la opción es sacar tu termo y mantener tu café sano y salvo por horas. Es obvio, en casa bebes de tu taza, el termo es para llevar. Pero la taza se enfriará mucho más rápido porque permite que más superficie entre en contacto con el aire.
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