La noticia del fallecimiento del escritor peruano Mario Vargas Llosa, galardonado con el Premio Nóbel de Literatura, sacudió al mundo de la cultura este fin de semana. Como suele ocurrir cuando grandes personalidades mueren, han surgido una serie de controversias en torno a si es correcto separar a la obra del artista y si es válido leer y admirar a Vargas Llosa.
Casos como el de Alice Munro (a quien se le acusa de una cómplice omisión en los abusos ocurridos de su esposo hacia su hija) o la cancelación reciente de la publicación del libro El odio (sobre la historia del infame asesino José Bretón), nos hacen reflexionar sobre los límites de la libertad de expresión, la relevancia de la moralidad o conducta de sus autores sobre su talento creativo o los temas de los cuales está prohibido hablar e incluso, escribir.
Si bien podemos asegurar que escribir siempre es un acto político (al definir sobre qué, quiénes, dónde y por qué de las historias que contamos), no siempre escribir debería de llevar a cuestas cargas ideológicas. Separemos de inicio la política de la ideología política, eso nos ayudará.

La polémica sobre leer a Vargas Llosa
La muerte de Vargas Llosa ha resucitado controversias que enfrentó (o generó) en vida. se le acusa de machismo, clasismo, conservadurismo, misoginia y discriminación. Sin embargo, las evidencias o los hechos en los que se basan estas acusaciones generalmente proceden de comentarios como “en declaraciones señaló”, “llamó a tal grupo de una forma despectiva” o “tenía pensamientos ultraconservadores”. Pocas fuentes señalan con veracidad los fragmentos de escritos, entrevistas y audios donde se puedan escuchar o leer estos puntos de viva voz, fehacientes, sin libres interpretaciones.
En su trayectoria política destacan momentos como su fallida candidatura presidencial, sus duros señalamientos al expresidente Andrés Manuel López Obrador, sus observaciones sobre los gobiernos de América Latina, sus apoyos a Bolsonaro y a Macri e incluso en el terreno personal, el enfrentamiento que acabó con un puñetazo con Gabriel García Márquez (ambos célebres figuras del Boom Latinoaméricano) en 1976.
Vayamos un poco más al fondo. El escritor nacido en Arequipa, Perú, en 1936, fue un apasionado de la cultura y el arte, al cual justamente llamaba “la alta cultura”, concepto que proponía como la única solución contra el totalitarismo, así como contra la cultura de masas que, en su parecer estaba siendo impulsada por fuerzas que buscaban promover la confusión y la desinformación gracias al indiscriminado, e ilimitado a la par de veloz, acceso a la información… información muchas veces falsa.
Algunos aseguran que Vargas Llosa tenía pensamientos profundamente conservadores, sin embargo, relatos como “Historia de Mayta” y “El sueño del celta” narran historias que tocan sin prejuicios a la homosexualidad. Tabúes como el surgimiento del VIH-SIDA y formas diversas de sexualidad y erotismo son exploradas en “Travesuras de la niña mala”, sin tapujos, de una forma sencilla y contundente.
Entonces, ¿todo estaba mal? ¿Debemos de no leer a Vargas Llosa? ¿Debemos de no leer a cualquier autor quien haya expresado posturas políticas e ideológicas claras, aunque estemos de acuerdo o no con ellas? En mi parecer, la respuesta es no. El talento y la capacidad no están en tela de juicio, aunque sus perspectivas sobre diversos temas pudieran estarlo.
La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, y La fiesta del chivo son algunas de sus obras más emblemáticas (y fundamentales) para entender su estilo, sus referencias, sus dolores, sus cosmovisiones. Con más de 20 obras publicadas, incluyendo cuentos, obras de teatro y ensayos, así como una autobiografía, Vargas Llosa, se mantiene como una de las figuras clásicas en la literatura en español.
Si no lo has leído, date la oportunidad, lee su obra, investiga sobre su pasado, indaga sobre sus posturas y entonces, fórmate una opinión informada. Si ya lo hiciste y estás en contra, estás en todo tu derecho… ejerce ese derecho de forma reflexiva. Ha muerto un grande y hay que reconocerlo, estemos de acuerdo con él o no.
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