La primera vez que conocí a Ángela Leyva fue como un encuentro mágico. No puedo negar que algo en ella, en su estudio y en su trabajo, me atrajo de inmediato. En aquel momento, estaba convencida de que todo ocurre en el momento perfecto, y sin duda sentí que estaba en el momento adecuado para sumergirme en su obra y explorar dimensiones más profundas.
“Creo que todo ser que toca y es tocado por la muerte tiende a desvanecerse, a transitar entre realidades, y no hablo de algo esotérico, sino más bien de que el tiempo en el que vivimos humanamente se trastoca tras experimentar la muerte. Este cambia, y el mundo se vuelve un absurdo”, compartió Ángela mientras conversábamos sobre sus pinturas.
Estar frente a sus obras me llevó a una palabra: “vacui”. Fue lo primero que me vino a la mente al entrar en su estudio, un espacio hermoso dentro de Croma (lugar de creación, exposición y residencia para varios artistas). Vacui, y no, no se trata de vacío en el sentido convencional; pensé en el concepto de “vacuidad”, donde la forma y el vacío se entrelazan de manera única. “La forma no se diferencia del vacío; el vacío no se diferencia de la forma. Así la forma es vacío y el vacío es forma”.
Primer Contacto con Bilis Negra y su próxima serie
Bilis Negra la última seria de la artista me llevo a pensar en nuestro cuerpo desde la perspectiva de la interdependencia y la vacuidad; fue inevitable. Te explico… a primera vista, nuestro cuerpo parece ser una entidad sólida y autónoma, pero en realidad es un complejo sistema compuesto por innumerables elementos interconectados de manera intrincada.
Desde el nivel celular hasta el funcionamiento de nuestros órganos y sistemas, todo está influenciado por una multitud de factores tanto internos como externos. La existencia misma de nuestro cuerpo depende de causas y condiciones, desde la genética y la alimentación hasta el medio ambiente en el que vivimos. Y, finalmente, nuestra percepción de nuestro propio cuerpo está mediada por la mente, que interpreta y etiqueta las sensaciones y experiencias físicas de acuerdo con sus propios patrones cognitivos y culturales. En resumen, nuestra comprensión de nosotros mismos como seres individuales está profundamente entrelazada con la vacuidad, ya que reconocemos que no existimos de manera independiente, sino que somos parte de un continuo devenir en el que todo está conectado.
Para mí, la obra de Ángela representa una revelación: somos una conexión infinita de conceptos, donde la memoria juega un papel fundamental. Por eso, puedo decir que uno nunca muere realmente hasta que su recuerdo deja de vivir en la memoria de aquellos que le recuerdan. En ese sentido, al retratar a estos niños, pacientes, de alguna manera la artista los está preservando e inmortalizando a través de la pintura, una idea que me parece extraordinaria.
Lo que platicamos con Ángela Leyva
¿Cómo empezó tu relación con la pintura?
Desde mi adolescencia me incliné por las artes. En un principio, quería ser bailarina de ballet y estuve desde muy pequeña en clases. Desafortunadamente, no pude seguir en eso debido a un accidente. Más tarde, durante la preparatoria, ingresé a un CEDART, donde comencé a enamorarme del teatro. Sin embargo, como toda persona indecisa y propensa a cambios extraños, terminé en el salón de artes plásticas.
Al salir de la prepa, me uní al taller del maestro Gilberto Aceves Navarro, con quien me adentré en el dibujo como un método que se relaciona, por un lado, con la manera en que procesamos los pensamientos, y por otro, como un espacio formal donde la forma y el fondo se “pelean”, o mejor dicho, se fusionan o mezclan para formar algo nuevo. Estar con quien considero uno de mis maestros más importantes me permitió entender la alquimia de la pintura, y fue ahí donde me enamoré profundamente de ella. Desde entonces, hemos mantenido una relación intensa, que he dejado por momentos, pero que siempre me ha acompañado y me acompaña.
¿Qué papel juega la historia en tu proceso creativo? ¿Cómo seleccionas los objetos o archivos que investigas?
Creo que mi estilo artístico tiene que ver con un juego de miradas, donde el espectador y la pintura entran en una especie de observación mutua, donde se encuentran las almas uno frente al otro. Es decir, mi estilo consiste en generar una presencia que evoca lo humano, no en un sentido moral, sino en el sentido de cuestionar nuestra existencia. Para mí, la pintura es devolver la mirada en forma de preguntas.
La historia en mi pintura comenzó desde una perspectiva muy personal. Mi padre, al ser médico, pasaba mucho tiempo fuera de casa y al regresar nos contaba historias sobre sus pacientes, especialmente sobre los niños. Con el tiempo, a través de esas historias, comencé a sentir mucho cariño por esos niños, sus historias y cómo enfrentaban la enfermedad.
Ya de adulta, me encontré con el archivo de pacientes de mi padre debido a un error tecnológico. Él me pidió ayuda con su computadora, y fue entonces cuando lo descubrí. El archivo desordenado y digital contenía imágenes de los niños que había tratado, así como otros conocidos como “pacientes muestra”, que se utilizan para investigar casos muy específicos relacionados con enfermedades genéticas. Finalmente, esas caras y gestos se revelaron ante mí, y mi curiosidad se intensificó. ¿Qué sentirían ellos? ¿Seguirían vivos? ¿Tendrían mi edad? Entonces, la realidad y el recuerdo se fusionaron con una especie de ficción distorsionada en mi mente. Ellos eran de alguna manera yo, y no lo eran. Me sentía muy extraña al pensar en esto, tal vez culpable, pero en mi mente de niña, compartí mis juguetes con ellos. No sé si me estoy explicando correctamente.
¿Cómo describirías el proceso de creación de una obra tuya, desde la concepción de la idea hasta su realización final? Cuéntanos tu inspiración y tus rituales creativos.
Partiendo de la idea de que mis obras se basan en archivos fotográficos, siempre he creído que las fotos guardan algo del alma. Este pensamiento no es exclusivamente mío, ¡se sabe mucho por ahí! En fin, lo que siento es que el alma se transfiere al lienzo. Por ello, comencé a utilizar una técnica de gráfica experimental que transfería una parte de esa imagen del papel al lienzo. Imaginaba que era como si una parte del ser fotografiado se transfiriera, y luego yo pintaba lo que faltaba por “transferir” o simplemente modificaba la imagen.
Es decir, intentaba darle un giro hacia otro aspecto a ese ser. Lo pensaba como una especie de epidermis delgada que le ayudara a volver a existir en este plano material. Quería explorar una especie de proceso “alquímico” donde presencias del pasado volvieran a “estar” en este plano a través de la pintura. Más adelante, este proceso tuvo sus variaciones. Dejé de utilizar la transferencia y volví a abordar el “lienzo en blanco”, como dicen por ahí. Este proceso me aterraba, pero poco a poco logré reconciliarme con lo pictórico y también con estas presencias, con las cuales estoy constantemente en negociación cuando pinto. Lo digo como metáfora, ¿eh?
Si hablamos de tu arte como un cosmos… ¿Qué libro, película y canción serían parte de él?
Actualmente estoy muy clavada con una autora argentina llamada Mariana Enriquez, es una escritora que ha encontrado en el terror una forma de expresión muy desde su entraña, “Un lugar soleado para gente sombría” es el título de su nueva novela, y es eso, reconocerse en cierto tipo de mundo en el que transitamos cargando un mundo interior y he ahí un terror muy importante, saber que les sucedemos a otros y otros nos suceden… me fui por las ramas en esta pregunta, la neta soy mala para recordar nombres y títulos.
¿Qué proyectos futuros tienes en mente? ¿O donde podríamos ver y contactar con tu obra?
Estoy contenta porque hay varios planes para proyectos, pero igual no me emociono demasiado porque no sabemos qué pasará mañana, y cero soy pesimista, las cosas en el mundo van raras. La cuestión es que para finales de este año viajo con una exposición individual a Londres, en verano se llevarán algunas piezas a Nueva York y también estoy armando una pieza en colaboración con un artista digital.
Se vienen cositas pues.
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