El reciente caso de la desmembración de la colección de Jacques y Natasha Gelman, surgida a raíz de la venta de varias de sus piezas mediante una subasta organizada por Sotheby’s en Nueva York, ha revivido la controversia sobre las últimas voluntades de los coleccionistas de arte y cómo éstas generalmente no se respetan, poniendo en juego (y en riesgo) los legados de sus apasionados gestores.
La colección Gelman, la cual contiene piezas de artistas cuya obra se considera patrimonio de México (como Siqueiros, Frida Kahlo y María Izquierdo) comenzó a ser vendida por partes hace algunos días por la casa de subastas internacional, suceso que va en contra de la última voluntad de sus coleccionistas, quienes pidieron que ésta no se desintegrara.
Pero la falta de respeto al testamento de los Gelman no fue el único problema al cual la subasta se enfrentó, ya que el INBAL solicitó que dichas transacciones se detuvieran hasta que se aclarara el origen de las obras y sus movimientos (el término correcto es provenance y esto se refiere a los propietarios previos de éstas y en dónde han estado y en cuáles fechas, desde su producción), ya que a partir de que éstas fueran decretadas patrimonio cultural de México, no pueden ser vendidas fuera del país ni permanecer en el extranjero (sólo se permite que abandonen el territorio cuando se gestionan préstamos a instituciones como museos).
Cuando las creaciones de un artista son denominadas como obras con declaratoria de monumento artístico de México o patrimonio de México, su catálogo de producciones existente en nuestro país al momento de la declaratoria oficial cuenta con diversas restricciones para su comercio, entre las cuales están: que pueden ser vendidas de manera interna pero no salir de nuestras fronteras, que deben de permanecer en México y que debe de notificarse al INBAL cualquier cambio de situación o locación de cada una de éstas.
Pero entonces, ¿por qué hay obras dichos artistas fuera de México? Porque fueron vendidas y/o sacadas del país antes de que se les declarara como patrimonio nacional. Según el sitio web del INBAL, los creadores mexicanos cuya obra fue declarada monumento artístico son: José María Velasco, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Gerardo Murillo “Dr. Atl”, David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo, Saturnino Herrán, Remedios Varo, María Izquierdo y Octavio Paz.
Entre las piezas que sí lograron subastarse se encuentra “Siqueiros por Siqueiros” de David Alfaro Siqueiros, la cual se vendió en 72 mil dólares y que se tiene previsto ser entregada en México. Un halo de misterio rodea a la colección de los Gelman y a estas transacciones, pues se desconocía el paradero de las obras desde 2008. Ya veremos cómo se siguen desarrollando estos eventos.
La Colección Gelman no es el único caso
Ahora bien, éste no es el único caso en el que los testamentos de importantes coleccionistas no han sido respetados. Uno de los más famosos es el de la colección Barnes, mismo que hasta tuvo una excelente película documental dirigida por Don Argott titulada The Art of the Steal, la cual retrata la “pérdida” de la colección del finado Dr. Barnes a manos de diversas fundaciones y organismos gubernamentales de Estados Unidos, quienes se justificaron argumentando que estas piezas deberían de estar al alcance de todxs, mientras que Barnes lo que buscaba es que éstas permanecieran en su Fundación y que dicho espacio fuera dedicado a la educación.
Otro caso es el del coleccionista Corneluis Gurlitt, cuya “controvertida” colección (se alega que su padre, un art–dealer cercano a Hitler, obtuvo muchas de sus piezas gracias al despojo de sus dueños originales) fue heredada al Museo de Arte de Berna en Suiza. La prima de Gurlitt, Uta Werner, apeló esta decisión asegurando que su familiar no estaba en sus cabales cuando dejó esta última voluntad y a pesar de que luchó para revertir el proceso, las obras fueron entregadas al museo suizo.
Por último, en un tema similar, se dio a conocer tras el fallecimiento del magnate y expresidente italiano, Silvio Berlusconi, que su colección de arte la cual estaba compuesta por alrededor de 25,000 piezas y en la que había invertido más de 20 millones de euros, era en su mayoría, una mezcla de objetos artísticos de poca monta; en ésta, sólo destacaban un par de piezas de Tiziano y Rembrandt, mientras que las demás, a la par de estar en pésimo estado de conservación, carecían de valor. Poco se sabe acerca de si las obras serían donadas o conservadas como recuerdos familiares, pero lo que sí estaba claro, de acuerdo con fuentes allegadas, es que el gusto (y el conocimiento de arte) de Berlusconi era bastante básico.
Una colección de arte es una inversión que puede durar por generaciones, aumentado su valor considerablemente si se actúa con estrategia y se cuenta con asesoría por parte de expertos. Debe de estar bien cuidada y protegida legalmente para que sobreviva intacta a los intereses que posiblemente la rodeen… esperemos que estos casos sirvan de ejemplo a grandes coleccionistas actuales como Ella Fontanals Cisneros, Andrés Blaisten, Eugenio López o la misma colección Coppel, para designar a los mejores protectores de sus legados artísticos.
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