El charro: todos ubicamos este ícono nacional, pero ¿cuál es su historia y cómo se convirtió en un símbolo de México?
Si alguna vez has dicho “lana” como sinónimo de dinero, el “pícale, corre, apúrate, ándale”, de todos los días, o el famoso “bajarse del caballo”…tú también eres rastro del sello charro en la identidad mexicana. Artista, animador, vaquero, profesional de un deporte nacional, ícono de cultura pop o símbolo de México, ¿cuál es la verdadera historia del charro?
Aunque no lo creas, el charro tuvo que ser primero un esclavo. De esclavo a jinete a héroe nacional: esta es la historia del charro.
Sí, hay un día nacional del charro
Desde 1934, El Día del Charro se celebra cada 14 de septiembre desde que así lo decidió el entonces presidente de México, Abelardo L. Rodríguez (quien, por cierto, también amplió el periodo presidencial de 4 a 6 años).
Antes la palabra “charro” significa algo de mal gusto
La palabra charro apareció en papel por primera vez en 1627 y de bueno no tenía nada. Como sinónimo de basto, tosco, aldeano, de mal gusto o tonto, un siglo después el primer diccionario de la RAE bajó el tono peyorativo a “la persona poco culta, nada pulida, criada en lugar de poca policía. En la corte, y en otras partes dan este nombre a cualquier persona de aldea”. Para 1850, los charros pasarían de personas “demasiado cargadas de adorno y de mal gusto” a “gente del campo que se compone mucho para montar a caballo”.
¿Quién era esa “gente”? Vaqueros, caballerangos, domadores, mayordomos, arrieros, granjeros que cuidaban y cultivaban su tierra; soldados en la caballería “irregular” del ejército; granjeros y hasta bandidos. Hoy el término se reduce a “jinete o caballista que viste traje especial compuesto de chaqueta corta y pantalón ajustado, camisa blanca y sombrero de ala ancha y alta copa cónica”. Pero detrás del cuero y bordados preciosos, se esconde la razón por la cual existe la famosa frase del poeta Manuel Benítez Carrasco: “Vestirse de charro es vestirse de México”.
¿Quién fue el primer charro?
Como todo rastro de nuestra identidad, la historia del vaquero mexicano comienza con la Conquista. Hernán Cortés viajó de las costas de Cozumel a Tenochtitlán y nos presentó sus 16 caballos (misma razón por la que creíamos que eran dioses que configuraban su cuerpo a cuatro patas). Y bueno, sabemos cómo fue el desenlace.
En la época del Virreinato, sólo los españoles podían montar o poseer caballos, con excepción de representantes indígenas frente a la autoridad española (caciques aliados), tlaxcaltecas nobles y sus descendientes.
Como ningún español conocía la tierra, ni domar el caballo como ellos, los arrendadores, pasaron a ser el jinete confiable, el empleado del mes para los jefes: el que cuidaba las propiedades y administraba las haciendas. Pero claro, no podían ser confundidos con el patrón por ningún error. ¿Cómo se diferenciaban? Primero fue la ropa y después el estilo de montar.
Desde rebeldes de la Independencia hasta auxiliares con machete y pistola del gobierno de Benito Juárez, los charros galoparon con cada lucha y, a lado del bando correcto, se ganaron las tierras de los derrotados.
Más poderosos que cualquier campesino o trabajador, en las épocas porfiriana y posrevolucionaria se convirtieron en los meros jefes cuando la fuerza económica se centró en las zonas rurales. Y es que en todos estos años su valentía había sido (y seguía siendo) recompensada con terrenos, caballos… y muchas películas.
Charro por aquí y charro por allá, los medios se tapizaron con sus emblemas. En el cine y la prensa, el charro pasó a ser el héroe nacional: un jinete que escaló a su máximo esplendor a galope tendido, y de paso marcó costumbres y tradiciones como un sello imborrable en nuestra identidad. El arte del charro debía ser protegido y transmitido de generación en generación: un estilo de vida que no sólo incluye un clóset y habilidades, inmortalizado poéticamente en obras como los cuadros de Ernesto Icaza.
Por qué el charro es un personaje paradójico
Pero si este personaje es el que unía el “México moderno” y lo que es naturalmente “mexicano”, ¿quién es el charro más allá del las películas? ¿Es el revolucionario como Emiliano Zapata o Benjamín Argumedo, o el poderoso ranchero de herencia hispana con su outfit romántico y maximalista? ¿Es el “indio alzado” que se rebeló o el conservador “líder charro” que cuida los intereses del patrón? Ahora ya ves por qué Octavio Paz y sus colegas discuten la eterna paradoja de lo mexicano.
Del rancho a la pantalla: el estereotipo que le dio al clavo
Después de la Revolución, en la década de 1920 México estaba en plena cocinada de estereotipos cuando le urgía rescatar “lo legítimamente mexicano”. Nacionalismo, medios de comunicación y burguesía rural se encargaron de posicionar los esenciales: tequila, rebozo, jarocho, china poblana… todos los que te imaginas estaban en el moodboard y, obviamente también el charro, que brincó del campo hasta la publicidad.
Varios autores son culpables de las historias rancheras en cine y teatro del héroe machín mujeriego, borracho, bromista, valiente, aguerrido y defensor. Ante los ojos del público general en México, el charro también era ese personaje perfecto que unificaba diversas facciones y discursos políticos. Con la ayuda de teatro, prensa y cine, se logró. Además cayó como anillo al dedo que “los príncipes del campo” invirtieran su dinero en viajes para compartir su danza a caballo de Nueva York a París, pasando por países donde ya medio se practicaba algo parecido, como en Argentina, España o Portugal. Fue así como su presencia solidificó el arquetipo internacional.
Sí, hay reglas para vestirse de charro
La camisa es blanca, nunca negra y, como dicen, “el charro de cuero viste, por se lo que más resiste”. Como todo símbolo cada pieza tiene su significado. Y todo empezó porque ningún jinete indígena podía ser confundido con un español.
Durante La Conquista, los mexicanos se las ingeniaron con el uniforme que más tarde sería la traducción sartorial de México.
Un traje ajustado, adornado o bordado con fibras de plantas de cactus en forma de plantas nativas fue el primer modelo; obra de las mujeres del campo que descifraron un traje bello con materiales resistentes y menos lujosos.
La primera corona mexicana fue del pelo de los propios caballos. Hoy, un verdadero sombrero de charro está hecho por artesanos y cubre del sol, viento, agua, ramas, polvo y hasta protege de una caída; es de ala ancha, levantado de la parte posterior; lleva en la copa cuatro pedradas que dan esa resistencia en caso de impacto. De acuerdo con la región, varía el ancho y los materiales. Por lo general es de fieltro de lana, pelo de liebre o paja de trigo. Existen varios tipos como el San Luis Moderado, Pachuca, Cocula, Hacendado, etc.
La vestimenta tradicional también está hecha por artesanos locales que diseñan y elaboran sillas de montar y todo el equipo, incluyendo las espuelas. Chaqueta adornada, pantalón ajustado, corbata, cinturón ancho y botas de montar: más que ropa, son indicios de tradición, destreza y habilidad en el manejo de los caballos.
El rosa está prohibido y Maximiliano de Habsburgo influyó en el traje
Los primeros charros usaban un coleto (una chaqueta muy corta), pantalones bastante amplios, bordados y botones de plata (rastro del poder económico para distinguir entre caudal y hacendado). Los criollos vestían de lana con adornos de plata y los modestos llevaban trajes con grecas de gamuza. Un dato curioso es que se le da crédito a Maximiliano de Habsburgo de haber influido en la modificación del pantalón de charro, cuando el emperador buscaba rodearse de locales para integrarse.
Durante la Revolución, el outfit se “democratizó” y pasó a ser el atuendo nacional. Hoy el traje de charro (pantalón, chaqueta, camisa pachuqueña o de cuello doblado, a veces chaleco, botines y corbata de rebozo) debe ser de lana, gamuza o mezcla.
Cualquier café, azul oscuro, marrón, gris y verde seco son los únicos colores permitidos. El rojo con negro sólo va en el pantalón del caporal y en los complementos de la montura. Ah, y blanco y rosa están super vetados (hasta ahora).
Las botas deben ser del color del cueraje de la silla. Y, aunque no lo creas, el traje típico negro va sólo en bodas o funerales y es el único que debe llevar botines negros. Los peones son la alternativa a las botas.
La chaparrera es ese faldón de cuero sobre el pantalón que cubre los muslos para montar y protegerse de la cuerda, silla y los chaparros (arbustos) al cabalgar o trabajar en el campo.
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