Cerrando el año podemos entender que nada es lo mismo. El mundo se transformó por completo, un virus nos hizo darnos cuenta de la humanidad que hay en nosotros, que no somos seres invencibles que han sobrepasado las leyes de la naturaleza y con ello, nos enfrentamos al temor, la ira, el miedo y muchas otras emociones que usualmente eran parte del segundo vagón de nuestras vidas.
Hoy estamos dando vuelta a la página, pero realmente tenemos que aprender de lo que vivimos este año, lo que nos cambió y cómo nos cambió. Somos seres mutables, nos adaptamos a lo que viene, pero necesitamos este ejercicio de memoria para tener claro dónde estamos, a dónde vamos, qué perdimos y qué es lo que queremos dejar atrás.
Somos resiliencia
Sí, es una palabra que nos debe tener hartos a todos, pero sin duda la resiliencia fue parte de nuestras vidas en los últimos meses. La capacidad de aguantar, soltar y seguir adelante, de desmoronarnos y darnos cuenta en ese momento que somos capaces de soportar mucho más de lo que creíamos. Cuando el mundo parecía perder sentido, nos obligamos a dárselo.
Somos más de lo que creemos
No somos nuestro trabajo ni lo que estudiamos, somos lo que queremos ser. Ante la adversidad la gente salió adelante de maneras creativas, emprendiendo en lo que saben, lo que les apasiona, lo que pueden hacer.
Somos artistas
Al mismo tiempo el tiempo de ocio nos llevó a intentar cosas nuevas. Armar rompecabezas, cocinar, pintar, leer, escuchar música con los ojos cerrados, ver películas que nunca habríamos visto. El arte se unió a nuestras vidas y nosotros nos convertimos en artistas.
En su libro Intimations, Zadie Smith escribe sobre cómo la pandemia llevó a la gente a buscar “algo que hacer”. Hacían cosas por el punto de hacer algo, de no seguir viendo tele o mirando el techo. Ese proceso creativo es la semilla del artista y ahora está germinando en todos.
Somos nuestros seres queridos
Muchas personas viven momentos muy difíciles por tener a toda su familia en un espacio que no funciona para todos, sin embargo, la proximidad con nuestros seres queridos ha creado lazos que nos hacen imposible pensar en volver a nuestra vida pasada en la que sólo los veíamos al despertar y antes de dormir.
Ver a los niños crecer, a nuestros padres ser humanos y no sólo figuras de autoridad, a nuestras parejas desenvolverse profesionalmente; nos dimos cuenta de las múltiples facetas de las personas que más queremos y que no conocíamos en verdad.
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