Nuestro acceso a la música nos ha hecho menospreciar la grandeza de la misma. Hoy basta con decir un comando de voz para que los asistentes de Google o Amazon reproduzcan tu canción favorita. Incluso hemos dejado atrás la maravilla de escuchar un disco completo, esa lista de canciones que pueden contar una historia, trazar una idea y que son una lista curada, producida y entregada por tu artista favorito.
To Pimp A Butterfly es un disco, pero va más allá de eso. En esta época de descargas, donde muchas canciones sólo valen por el video o meme que se puede hacer de ellos, Kendrick Lamar entregó una obra maestra donde se abre ante el público y muestra su punto más vulnerable, sólo para demostrar que es un espejo en el que nos podemos ver reflejados.
El disco de 2015, en el más superfluo análisis, es una exploración del rapero como un músico que pasó de las calles a las mansiones. Con su disco anterior, en el que nos habló de su vida y los problemas que encontraba día a día –violencia, abandono, drogras, y más– nos demostró que salir de esa problemática era casi imposible, sin embargo lo logró, y ahora nos enseña que a pesar de estar lejos, algo lo arrastra de regreso, ya sea culpa, miedo, traumas o más.
El disco también habla de la transformación. De ser un joven rapero con sueños hasta convertirse en el más grande de todos. No por nada este disco tiene colaboraciones con Snoop Dog, Dr. Dre y hasta una plática sobrenatural con el fantasma de 2Pac. Sin embargo hay mucho más que explorar, se trata de un trabajo con capas en el que se puede entender la fama y el miedo, pero también donde notamos un fuerte discurso político acerca de la sociedad estadounidense y el racismo institucionalizado con el que millones tienen que vivir.
Musicalmente el disco ha sido alabado por los críticos más exigentes. Más que un disco de hip hop, parece una mezcla de jazz con funk setentero recubierto por las letras de Kendrick que alcanzan el grado de poesía. Tracks como For Free revelan el magistral uso de palabras que el rapero de Compton puede usar, pues no se trata de una reverberación de lo mismo, hay sustancia incluso en las ironías más absurdas.
King Kunta es tal vez la más popular entre los medios por lo pegajosa que resulta, pero también es una lección de verso en donde Kendrick habla de la transición de campesino a rey. Sin embargo es en Alright donde eleva su trabajo hasta posicionarlo como una obra de arte que vivirá como recuerdo de un momento crítico en la sociedad contemporánea.
La carga política y social de la canción, el resentimiento y repulsión ante la autoridad y el llamado de esperanza –de la voz de Lamar y de Pharrell Williams– que te hace saltar de alegría y excitación, se ha convertido en un himno. Tal como lo dijo Pitchfork al nombrar a esta canción la mejor de la década:
“No todos los días, ni siquiera cada década, una canción es certificada con platino, reconocida por los Grammy, ratificada en la calle, respaldada por los activistas y una nueva nominada para un himno nacional racial; que es igual de efectiva ante una audiencia masiva de festival o cantada en primera línea en las protestas; que sirve como un grito de guerra contra la brutalidad policial, contra Trump y por la supervivencia de los marginados”.
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