El arte es un ente vivo que está formado por redes, en la que cada persona que formamos parte de la industria cultural, desde la docencia, el coleccionismo, la difusión, la promoción, la venta, el desarrollo, la afición y el mecenazgo, por mencionar a algunos de sus componentes, aportamos puntos únicos de encuentro mediante los cuales comunicamos y nos nutrimos, y nutrimos, a esa gran red. El arte puede existir fuera del museo.
Las intervenciones artísticas del espacio público son algunos de los ejercicios que le devuelven al arte su sentido más plural y democrático, en el que las obras trascienden los espacios solemnes, como galerías o museos y se ponen al alcance de sitios donde las personas confluyen, volviéndose parte de su diario vivir.
Una de las más sonadas intervenciones públicas recientes por parte de un artista fue la de Bansky durante la presentación de Idles en el festival Glastonbury, en la que el anónimo creador “liberó” un enorme bote inflable que contenía además en su superficie, figuras (también inflables) que representaban a migrantes, como un mensaje hacia el gobierno inglés sobre los cientos de vidas que se pierden cada año en el Canal de la mancha, tratando de llegar a Reino Unido.
El político inglés James Cleverly llamó la obra “vil e inaceptable”, mientras que Bansky, a través de redes sociales, contestó que lo que verdaderamente resulta vil e inaceptable es la cantidad de muertes que se suscitan a través de la migración ilegal de personas que escapan de sus países de origen para buscar una mejor calidad de vida.
La finalidad de las instalaciones en sitios abiertos y públicos (en la mayoría de sus casos) es lanzar un potente mensaje social de forma democrática para que éste alcance a la mayor cantidad de personas, impactando a una comunidad sin necesidad de que ésta se reúna en algún sitio como un museo para verlas.
Aunque también existen intervenciones que no necesariamente llevan un mensaje social per se más allá de los referenciados en las obras que lo componen, por ejemplo, recientemente se presentó la “toma” de la estación San Lázaro del metro de la Ciudad de México por las fotografías de David LaChapelle, ejercicio en el cual podemos apreciar en gran formato las impresionantes creaciones del artista, iluminando y llenando con sus estridentes colores, un sitio por el cual diariamente transitan miles de personas.
LaChapelle ha referido anteriormente que se siente profundamente identificado con el movimiento muralista mexicano, autonombrándose como un muralista moderno… y es que, si analizamos su obra, de forma somera, encontramos muchos elementos en común como las elaboradas composiciones, los temas sobre problemáticas sociales del momento y su gran tamaño. Es por ello que, llevar la obra del fotógrafo a un espacio como una de las estaciones del metro más concurridas de la ciudad, resulta una afirmación del trabajo de LaChapelle como una continuación de las intervenciones que en su momento hicieron Rivera, Siqueiros, Posadas o González Camarena, de diversos espacios públicos.
El arte debe de ser, además de esta red que interconecta nuestros mensajes, nuestras pasiones y frustraciones, un mecanismo público de denuncia, ya sea por medio del grafiti, los stickers o las instalaciones efímeras; un termómetro de los problemas que nos aquejan, un mecanismo abierto y plural que necesita tomar sin duda al espacio público para consolidar su democratización.
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